martes, 2 de septiembre de 2008

Como somos (autocritica social)

Somos una sociedad individualista, que critica la injusticia que se comete con mi ombligo, pero que no le interesa la injusticia que se produce con el otro. Y si podemos sacar ventaja de la injusticia del otro, mejor.
Para salir al profundo encuentro de la vida, para conjugar con plenitud la palabra nosotros, todavía nos falta mucho.
Somos una sociedad que vive solo el presente como si fuese perpetuo, y ni siquiera considera propia la sociedad que heredarán sus hijos.
Sin nostalgias, las generaciones anteriores trabajaban con gran esfuerzo por las ulteriores. Hoy invertimos todo y las generaciones futuras terminan trabajando a favor de la actual.
Cuando somos indiferentes a la injusticia del presente, lo que hacemos es expropiar el futuro.
Cuando los problemas más agudos, ligados a dolores actuales, se arrojan hacia delante, para aliviar los compromisos del presente, arruinamos el acontecer de nuestros hijos.
Instalamos la inmoralidad presente con la gravedad de dejar sin porvenir moral a lo que viene.
Somos una sociedad que discrimina. Da la sensación de que nuestra identidad en vez de constituirnos nos diferencia.
Somos especialistas en limitar, clasificar y segregar al otro. Colocamos al otro no como “nuestro” sino como lo amenazante y a veces y sólo a veces le damos al otro el sitio que la ley le asigna. Cuando la otra identidad parece amenazadora, discriminar implica la incapacidad de aceptar las formas de ser de otras personas y la imposibilidad de respetar sus culturas.
Somos una sociedad desmemoriada. No existe peor castigo que el desarraigo de la memoria. Antiguamente desheredar significaba dejar a alguien sin apellido, y esto implicaba el pesado lastre de dejarlo sin pasado.
Una sociedad que no encuentra la necesidad de ejercitar la memoria es una sociedad a la que la vida no le significa.
La falta de memoria lleva al alma, a vivir prisionera de un pasado condenado a la eterna repetición en el cual sentimientos, emociones, frustraciones, errores y dolor están destinados a ser repetidos, donde los árboles no tienen raíces y la identidad es artificialmente fabricada.
La lucha por recapturar la memoria del ayer es el motor que nos impulsa a conseguir la vida que tendremos en el mañana.
No debemos dejar anestesiar nuestra capacidad de amor, no debemos abandonar nuestro sentido de solidaridad. Porque hay esperanza. Porque hay movimientos sociales, porque hay gente que cree en algo y en mucho, Y fundamentalmente porque las cosas deben cambiar.

Extracto editado del discurso pronunciado por
el Rabino Daniel Goldman durante un acto de Memoria Activa

HACIA UN TURISMO SUSTENTABLE. Nuestro único camino

El músico y compositor Andrés Calamaro lo sintetiza cantando “estamos implicados en un mundo complicado”. En el amanecer del tercer milenio la humanidad ha adoptado la curiosa e irracional forma de monstruo gigantesco dotado de más de 6 000 millones de cabezas, bocas y el doble de brazos con las que intoxica el aire, contamina los mares, transforma los bosques en desiertos, y los ríos y lagos en cloacas ciclópeas, amenazando con su comportamiento la continuidad de todas las formas de vida sobre el planeta, incluyendo la propia.
Los primeros signos de que el hombre comenzó a asustarse de las consecuencias de sus propios actos aparecen en 1983 cuando en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas se le encargara a la “Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo” delinear un programa global para el cambio”, una estrategia ambiental a largo plazo que no interrumpiera el crecimiento económico pero que a la vez sea ambiental y socialmente sostenible. Surge así el término Desarrollo Sustentable.
Ratificado por el “Informe Brundtland”, llamado así en honor a la noruega Gro Harlem Brundtland -la única política del mundo que llegó a Primer Ministro luego de varios años de lucha como Ministra de Medio Ambiente-, el Desarrollo Sustentable fue definido por dicha comisión como “el tipo de desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”1.
Numerosos autores han intentado definir al turismo sustentable transpolando el concepto acuñado por la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y el Desarrollo al campo del turismo y así definen al Turismo Sostenible como aquel que procura “mejorar la calidad de vida humana sin rebasar la capacidad de carga de los ecosistemas que la sustentan”. Este mecanismo no ha revestido ningún avance ni teórico ni práctico.
En mi opinión, los conceptos más felices han sido los acuñados por la Organización Mundial del Turismo (OMT) y Colin J. Hunter.
La OMT define al Turismo Sostenible como “aquel que atiende las necesidades de los turistas actuales y de las regiones receptoras y al mismo tiempo protege y fomenta las oportunidades para el futuro. Se concibe como una vía hacía la gestión de todos los recursos de forma que puedan satisfacerse las necesidades económicas, sociales, estéticas, respetando al mismo
tiempo la integridad cultural, los procesos ecológicos esenciales, la diversidad biológica y los sistemas que sostienen la vida”.2
Hunter, por su parte, sostiene que es aquel que integra e interrelaciona tres dimensiones fundamentales que ha de tomar en cuenta todo desarrollo turístico para lograr sostenibilidad: la de la comunidad local, la de los visitantes y la de los recursos naturales que constituyen el principal atractivo turístico.
Según Colin J. Hunter el turismo sostenible:
a. Se trata de un desarrollo turístico que persigue satisfacer las necesidades y deseos de la población local en términos de mejora de los estándares y de la calidad de vida.
b. Pretende satisfacer, además, las demandas de los turistas y de la industria turística, y mantener los atractivos para ambos en orden a alcanzar el objetivo anterior.
c. Trata de preservar, por último, los recursos ambientales que son la base del turismo, tanto en sus componentes naturales, como construidos y culturales, en orden a lograr los dos objetivos anteriores.
Luego de cavilar sobre las diferencias y similitudes de los términos sostenible y sustentable considero que ambos pueden ser utilizados como sinónimos, advirtiendo que en nuestro país se ha propagado con mayor fuerza el término turismo sustentable.
Lamentablemente, la fuerza de los hechos nos demuestra que el turismo sustentable por sí mismo no existe; prueba de ello esque el turismo tradicional conformado a partir de la década del 50 se ha desenvuelto espontáneamente con un elevado perfil desarrollista y escasas consideraciones sobre sus impactos negativos en materia social, ambiental y cultural.
Según el destacado turistólogo Sergio Molina algunos de los centros turísticos de mayor relevancia internacional, que basan su producto en el denominado turismo de sol y playa, sufren algún tipo de contaminación, producido por hoteles que arrojan al mar sus residuos o desagües cloacales, que comprometen su explotación futura con éxito. Algunos de esos centros son, según Molina, la playa de Copacabana (Río de Janeiro, Brasil), Pocitos (Montevideo, Uruguay), Viña del Mar (Chile) y la propia Bristol, en Mar del Plata, por sólo citar algunos ejemplos.
El movimiento del turismo sustentable en Argentina
Nuestro país no ha permanecido indiferente frente al proceso global que procura un turismo sustentable, armónico y equitativo.
Comencemos por la Secretaría de Turismo de la Nación (Sectur). La entidad madre del turismo en nuestro país presentó en el 2005 el Plan Estratégico Federal de Turismo Sustentable (Pefts), un documento histórico, elaborado en base a una premisa básica para alcanzar la sustentabilidad, “la concertación social”, que marca el rumbo del turismo nacional a corto, mediano y largo plazo.
El Pefts se ha tomado muy en serio esto de alcanzar un equilibrio en la gestión del turismo y tiene a la sustentabilidad turística como propósito y la traduce en un plexo de objetivos a lograr en el 2016, como consolidar el sistema de áreas protegidas y sus comunidades asociadas, respetar la autenticidad socio-cultural de las comunidades anfitrionas, conservar el patrimonio turístico nacional, eliminar las barreras físicas para la equiparación de oportunidades y disfrute turístico para todos, gestionar la calidad de los destinos turísticos y fortalecer la sustentabilidad económica del sector y su cadena de valor.
La legislación turística nacional también se está poniendo en sintonía. La flamante Ley 25 997/05, consagra en su artículo segundo a la sustentabilidad turística como uno de los principios rectores del cuerpo normativo y del desarrollo turístico nacional.
La Federación Empresaria Hotelera Gastronómica de la Argentina (Fehgra) es otro ejemplo de que el movimiento turístico sustentable tiene impulso propio, aún entre las organizaciones intermedias. En el 2005, Fehgra publicó la primera edición del Manual de Uso Racional de Energía para hoteles y establecimientos gastronómicos.
El manual, pionero en su tipo en nuestro país, da cuenta de que los hoteles y restaurantes utilizan una notable cantidad de energía para suministrar buenos servicios a sus clientes e invita a las empresas del rubro a seguir una serie de consejos prácticos de uso racional de la energía, advirtiendo que ello puede optimizar la rentabilidad del sector, disminuyendo sus costos operativos y a la vez, aumentar la competitividad de sus asociados; habida cuenta que en los mercados actuales las firmas ambientalmente responsables son cada vez más atractivas para clientes potenciales y reales.
Ante la eclosión turística nacional, el número de ciudades y pueblos que se están organizando para poner en valor sus recursos y venderlos al turismo está en franca expansión y muchos quieren orientar sus acciones bajo las órdenes de la sustentabilidad.
La Red Federal de Municipios Turísticos Sustentables es un ámbito de respuestas a esas inquietudes. Surgida en el 2003 bajo la premisa de promover prácticas sustentables en la gestión pública-privada del turismo, la red ha desarrollado una ingente tarea de educación, construcción de capacidades y comunicación social, recopilación de casos testigos, talleres y encuentros destinados a promover la sostenibilidad en el turismo. En la actualidad, la Red está conformada por más de 130 municipios de todo el país. Para el 2006 tiene previsto realizar diversos talleres a nivel nacional habiendo sido postulada San Martín de los Andes para certificar excelencia en el programa SBEST de la Organización Mundial del Turismo.
Inclusive un número creciente de empresas turísticas particulares están comenzando a adoptar prácticas sustentables sin sentirse partícipes de una cruzada regional o nacional. La Hostería Del Pedregoso es un claro ejemplo de ello.
Situada en los más soberbios paisajes de la Cordillera de los Andes a orillas del Lago Cholila en la provincia de Chubut, este lodge de pesca deportiva adoptó un arco de medidas para disminuir los impactos del turismo que ellos generan en su zona de influencia, representando todo un modelo para el futuro.
La política ambiental del lodge incluye desde involucrar activamente a los huéspedes en la gestión ambiental del negocio, invitándolos a respetar ciertas pautas ambientalmente saludables durante su estadía, separar los residuos orgánicos e inorgánicos destinando los primeros a compost o alimento para los animales de la granja y los segundos a los basurales de las ciudades cercanas, hasta la impresión de un libro sobre cocina autóctona destinando lo recaudado de su comercialización a escuelas carenciadas de la zona.
La filosofía del desarrollo turístico sustentable también se está abriendo camino en las universidades, institutos y otros invernaderos académicos que imparten carreras de turismo, aumentando el número de horas cátedras destinadas a transmitir conocimientos y estrategias de planificación sobre la problemática.
Como vimos, la militancia por un turismo sustentable está instalada en las diversas esferas de la sociedad: gobierno, empresas, legislación, organizaciones intermedias y educativas. Pero lograr un turismo equilibrado es un reto formidable y si bien todavía estamos lejos de lograrlo es esencial alcanzar la meta para que los beneficios del turismo florezcan también para las generaciones venideras.
Grupo de Turismo Sustentable de la Fundación Hábitat & Desarrollo (GTS)
El GTS de la Fundación Hábitat & Desarrollo surge a instancias de las recomendaciones efectuadas por un nutrido grupo de empresarios, profesionales en turismo, gestores públicos, funcionarios, miembros de organizaciones intermedias, educadores, público en general y demás actores directamente e indirectamente ligados al fenómeno turístico en el marco del I Seminario de Turismo Sustentable organizado por la fundación en la Ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz en abril de 2005.
El GPT tiene como finalidad promover todas las formas de turismo, procurando maximizar los beneficios ambientales, económicos, sociales y culturales disminuyendo los impactos ambientales negativos a límites sostenibles.
Son Objetivos del GPT:
Promover el desarrollo turístico sustentable.
Promover el turismo comunitario.
Promover instancias participativas para el diseño y adopción de políticas nacionales, provinciales y municipales que procuren un turismo sustentable, armónico, equilibrado y respetuoso del entorno socio-ambiental.
Alentar a los actores públicos y privados a adoptar medidas conducentes hacia un desarrollo turístico sustentable.
Mejorar la calidad de vida y empleo de las comunidades locales más desprotegidas por medio del turismo.
Construir una red local, provincial, regional, nacional y mundial de expertos en turismo sustentable con la finalidad de intercambiar información, promover la difusión de materiales y respaldar la elaboración y ampliación de programas de turismo sustentable.
La Misión del GTS de la Fundación Hábitat & Desarrollo está basada en los siguientes ejes de trabajo: la promoción de prácticas socioambientalmente saludables entre los diversos actores del sector, el turismo comunitario, la comunicación social y educación, legislación turística, y el fortalecimiento de las áreas protegidas por intermedio del turismo.

Por T.s.t Ángel Pablo Perticará
Extraido de documento de
Grupo de Turismo Sustentable de la Fundación Hábitat & Desarrollo (GTS)

La modernidad liquida: su problemática y la educación

Para abarcar más comprensivamente este fenómeno cultural inédito, debemos plantear que lo que se ha puesto en juego son las dos variables de la cultura: permanencia y cambio.
A la preponderancia que tuvo o tiene cada una de ellas le corresponde una atmósfera definidamente distinta.
A la estabilidad y permanencia del paradigma de la Edad Media le sucede la «Modernidad», pero adquirirá formas radicalmente contrapuestas a medida que se profundiza el proceso esencial de la «modernidad» como tal.
Siguiendo a Zigmunt Bauman, vamos a plantear una buena pregunta que contiene la raíz de su respuesta: « ¿Acaso la modernidad no fue desde el principio un proceso de licuefacción?» (p. 8).1 Porque «si el espíritu era ‹moderno›, lo era en tanto estaba decidido a que la realidad se emancipara de la ‹mano muerta› de su propia historia [...] y eso sólo podía lograrse derritiendo los sólidos (es decir, según la definición, disolviendo todo aquello que persiste en el tiempo y que es indiferente a su paso e inmune a su fluir). Esa intención requería, a su vez, la ‹profanación de lo sagrado›: la desautorización y la negación del pasado y, primordialmente, de la ‹tradición›, es decir, el sedimento y el residuo del pasado en el presente (p. 9).
‹[...] y uno de los motivos más poderosos que estimulaban su disolución era el deseo de descubrir o inventar sólidos cuya solidez fuera –por una vez– duradera, una solidez en la que se pudiera confiar y de la que se pudiera depender, volviendo al mundo predecible y controlable›» (p. 9).
Por este movimiento intrínseco de la «Modernidad», comenzó siendo la etapa de la Modernidad Sólida, según la lectura de Bauman, y que coincide en lo fundamental con otras interpretaciones: Modernidad-Posmodernidad.
La primera estuvo regida por la confianza en la razón científica y produjo la realidad de un Estado capaz de orientar, hasta un cierto punto, la realidad de una sociedad que contaba con un tejido que hacía posible disponer de fines suficientemente claros, aunque no se tuvieran los medios necesarios. Los roles eran prudencialmente diferentes y aptos para negociar, aunque ello requiriese mucho esfuerzo. Desde la relación capital-trabajo hasta la de varón-mujer y la de educador-educando.
Esta primera etapa de la modernidad, la sólida, es todavía marcadamente «antropocéntrica».
Pero llevaba en sus entrañas el dinamismo suficiente para generar, por obra del desarrollo científico técnico, el desenlace en la modernidad líquida, donde el Estado y los estados quedan desbordados por otro poder no localizable y escurridizo, y enormemente superior en su aptitud para someter la vida de las «sociedades», o lo que queda de ellas, y, con mayor razón, a los individuos, a los dictados de sus propios intereses. La concentración de capital, anónimo, en cuya formación participan inversores y accionistas que desconocen a ciencia cierta cómo manejan sus intereses unos gerentes que sólo tienen por objetivo hacer producir más y más a esos capitales, entre otras razones, por el empuje incesante de la competencia y por la urgente necesidad de ser eficientes para que no se los despoje de sus brillantes puestos de trabajo. Con lo cual se genera en cascada una serie de efectos igualmente significativos y de enormes consecuencias. Se ha hablado del «Final del trabajo», pero, aunque se pueda discutir la denominación del fenómeno, no es menos cierto que el trabajo ha quedado sin poder de negociación frente al capital, ha generado una desocupación creciente y estructural, y ha contribuido a propagar un sentimiento generalizado de inseguridad, incertidumbre y desprotección, y soledad.
Ello ha llevado naturalmente a la disolución de los vínculos estables, porque tales condiciones han empujado al «individuo», como reflexiona Bauman (pp. 37 ss.), a convertirse en enemigo del «ciudadano», y que el «individuo de jure no llegue nunca a constituir al individuo de facto. Entre otras razones inmediatas, porque la lucha por la libertad negativa (libertad «de») no encuentra su correlato en la búsqueda y realización de la libertad positiva (libertad «para»), citando a Isaiah Berlin (p. 57).
Todo esto conlleva un ataque definitivo contra la auténtica individuación, puesto que, paulatinamente, toda esta enorme disponibilidad de «ofertas», junto a la insuperable experiencia de impotencia para abarcarlo todo, aunque ésa sea la dirección en que conspiran los poderosos medios de manipulación del capital sin alma, hace imposible la constitución de una suficiente «identidad personal» ni «social». Esto trae aparejada la imposibilidad de una genuina autoestima, que, por el contrario, conlleva una peligrosa y estéril actitud de narcisismo, donde «el otro» no alcanza a ser descubierto realmente.
Si desde este panorama nos aproximamos a un planteo del tema moral o ético, nos encontraremos con lo que propone Bauman en su capítulo sobre «Espacio-Tiempo», después de haber mostrado cómo el tiempo se emancipó del espacio y acabó dominando desde su inalcanzable velocidad y su actitud siempre escurridiza, a todo lo que queda situado en las fronteras de la territorialidad y la permanencia. Dice: «La ‹elección racional› de la época de la instantaneidad significa buscar gratificación evitando las consecuencias, y particularmente la responsabilidad que esas consecuencias pueden involucrar» (p. 137). Y agrega más adelante: «Es difícil concebir una cultura indiferente a la eternidad, que rechaza lo durable. Es igualmente difícil concebir una moralidad indiferente a las consecuencias de las acciones humanas, que rechaza la responsabilidad por los efectos que esas acciones puedan ejercer sobre otros. El advenimiento de la instantaneidad lleva a la cultura y a la ética humana a un territorio inexplorado, donde la mayoría de los hábitos aprendidos para enfrentar la vida ha perdido toda utilidad y sentido. Según la famosa expresión de Guy Debord, ‹los hombres se parecen más a su época que a sus padres›. ‹ [...] y los hombres y las mujeres de hoy difieren de sus padres y de sus madres porque viven en un presente que quiere olvidar el pasado y no puede creer en el futuro›» (pp. 137-8).
EDUCAR, en este medio existencial de la modernidad líquida, es uno de los desafíos más grandes que ha tenido nunca la educación.
Tendremos que hacer un esfuerzo por desenterrar, en este cataclismo, algunos cimientos que nos permitan mirar con la suficiente confianza esta difícil tarea. Uno de esos cimientos deberá ser, necesariamente, el concepto actualizado de «persona humana» y su correlato de «personalidad». Y la razón es por demás elemental: ¿Puede acaso el ser humano adaptarse a cualquier modo de existencia, o necesita tener en cuenta determinados parámetros, sin los cuales todo paradigma resulta deshumanizante?
Desde estas bases habrá que repensar la educación toda, y la institución escuela en particular. Y al decir esto estamos apuntando al corazón del sistema, que es la formación de formadores de personas humanas.
Hasta ahora estamos centrando los esfuerzos en los contenidos conceptuales y procedimentales, que en definitiva servirán al sistema, nos guste o nos disguste; y estamos descuidando la capacitación para la formación en los contenidos actitudinales, que hacen directamente a la persona como tal.
En esta dirección anuncié una intención de trabajo en el Primer Congreso Internacional de Educación que organizó Santillana, en esta misma sede, hace cuatro años. Hoy, y agradeciendo a nuestro inolvidable Jaime Barylko, que tuvo la deferencia de prologarlo, quiero sintetizar mi aporte a esta búsqueda de la educación en el ámbito de la «modernidad líquida» haciendo mención del trabajo que cumplió aquella propuesta. Me refiero a Pedagogía de la personalidad, 2 cuya edición en 2002 agradezco a Santillana. Creo haber respondido a esa dura expresión de Zigmunt Bauman, cuando sintetiza el riesgo actual con palabras que no dejan lugar a dudas: «[...] en este momento, salimos de la época de los ‹grupos de referencia› pre asignados para desplazarnos hacia una época de ‹comparación universal› en la que el destino de la labor de construcción individual está endémica e irremediablemente indefinido, no dado de antemano, y tiende a pasar por numerosos y profundos cambios antes de alcanzar su único final verdadero: el final de la vida del individuo» (p. 13).
Por Julio Cesar Labaké

1. Bauman, Zigmunt. Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1ª reimpresión, 2003.
2. Labaké, Julio César. Pedagogía de la personalidad. Ediciones Santillana, Buenos Aires, 2002.